Miradas

12:04 Unknown 0 Comentarios


Nunca había sido una muchacha en la que se fijaran al pasar. No es que fuera fea, simplemente se consideraba una mujer bonita, pero sin llegar a sobresalir. Siendo sincera, no es que tuviera unos encantos tan arrebatadores para hacer que los hombres se giraran al pasar por su lado. Y no es que le importunara mucho, aunque sí debía reconocer, que de más joven le hubiera gustado que fuese de otra forma.

Pero de la noche a la mañana todo había cambiado; como si su antiguo deseo hubiera sido concedido, todo el mundo la miraba: desde mujeres, a niños, hasta hombres. Todos se giraban a verla. Y ella era el centro de atención de todo.

Por supuesto nunca hubiera podido imaginar aquello. No era consciente, como cualquier niña de esa edad, de qué tipo de consecuencias llevaba pedir aquella clase de deseos; y de haberlo sabido otra suerte tendría. 

Quién habría podido imaginarse que después de casarse con 14 años a un desconocido. De tener su primer hijo con 16 años, y de vivir algo más de 8 años de leal servidumbre, sería su marido quien le brindara tal 'preciado' deseo.

Se había vuelto una mujer atractiva y deseada por sí sola, era cierto. La edad le había sentado bien en contra de lo que cualquiera hubiera podido suponer. Tanto ella como él se habían percatado de su cambio. Su esposo; un hombre cincuentón gordo y poco paciente. Que en vez de sentirse honrado por su hermosura, se sentía contrariado ante la perspectiva de ser engañado.

Y tal fue su provocación, que él le regaló algo que nadie, ni incluso el mismísimo tiempo jamás podría privarla. Le regalo eternas miradas. Miradas de compasión y tristeza, de repugnancia y de dolor...Pero miradas en el fondo. 

Y ella ya no las buscaba. No las quería. No podía soportarlo más ¡Odiaba que la miraran! y por encima de todo se odiaba a si misma. Estaba sentada, aislada en aquella silla de aquella estúpida habitación. Escuchando a desconocidos ofrecerle ayuda, pero parecían que no comprendían nada: ya no había nada a lo que  poder ayudar; y muchos menos alguien.

Se abrazó a su foto como si fuera un salvavidas mientras contemplaba con el único ojo con el que aún veía unas manos irreconocibles y quemadas. Le apuntaba una cámara con promesas de cambio. Pero ella sabía bien que las cosas nunca cambian.

Ella sabía bien que nunca dejarían de mirarla.

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