Quién llamó a Mr.Hook

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Capítulo 1
El sol radiaba orgulloso desde lo más alto de ese cielo azul tan característico que solo puede haber en el sur. Era un día con pocas nubes, y aunque el sol no calentaba y en ocasiones surgía una repentina brisa de aire frio. La verdad es que parecía más un día fresco de primavera que uno suave de invierno.
La plaza de la Borboña transmitía una tranquilidad que incitaba a los transeúntes a tomar asiento en los bancos de madera cercanos a la fuente, y a sumergirse en sus pensamientos al ritmo del correteo del agua. Pero nadie lo hacía.

Al lado de la calzada una hilera de tres coches de caballos esperaban pacientemente algún cliente. Uno de los cocheros hacia tiempo pasando un trapo por el coche de caballo, mientas que los otros dos charlaban animadamente. El caballo que lideraba la fila se mostraba nervioso y cada poco tiempo golpeaba el acerado con el casco, produciendo un sonido hueco en la plaza, un cloc.

Un joven con cámara se detuvo a pocos metros del animal, contempló la escena y se acercó a una farola próxima donde se apoyó para tomar una fotografía. Miró la pantalla de la cámara insatisfecho, repitió la operación, esta vez ajusto con más detenimiento el objetivo. Su expresión no mudó mucho de la anterior al comprobar el resultado, al cabo de unos segundos continuó su camino, cloc. Por el otro extremo de la plaza un hombre y una mujer hicieron aparición agarrados de la mano, no se dijeron nada pero su forma de devorarse con la mirada parecía tan natural que lo decían  todo. Sentí una envidia insana al no tener alguien así y más en un día como aquel. De repente algo me llamó la atención. No, no era un objeto como había pensado en un principio, era un hombre que surcaba la plaza a gran velocidad en bicicleta, antes de que volviera a prestarle atención había desaparecido, cloc.

Una voz femenina invadió mi cabeza de golpe, un grupo amplio de chicas caminaban ajenas a todo, concentradas en escuchar el relato que contaba la que había oído; pasando por detrás de mí vi a un crio que sonreía a pesar de que caminaba arrastrado a manos de su madre, la cual protestaba y decía que se aligerara. El niño miraba hacia atrás, al globo que tenía agarrado a la muñeca con un nudo y que le perseguía apresuradamente cloc. Miré al caballo de nuevo, seguía intranquilo y cambiaba de cuarto delantero cada poco, me pareció con ese continuo movimiento que estuviera bailando. A veces levantaba unos segundos la pata, suspendiéndola en el aire antes de golpearla en el suelo, quizás intentaba realzar su acto de presencia pensé. Dos extranjeros con mochilas en la espalda y mapas en mano charlaban en una lengua indescifrable, dejando solo como reconocible la palabra ‘Híspalis’. En  la calle que daba a la torre de la abadía un hombre con aspecto cansado intentaba repartir sin mucho éxito panfletos a todo el que pasaba cloc. Una mujer con un cachorro se sentó en uno de los bancos más cercanos a la fuente, el cachorro se mostraba enérgico y juguetón, pero su dueña parecía preocupada, sacó un paquete de tabaco y se puso a fumar.

A lo lejos vi a una chica que arrastraba una maleta de viaje, llevaba una sudadera de la universidad, no tardó mucho en desaparecer  seguida por el traqueteo de los rodines contra el adoquinado y luego vino el indiscutible cloc. Un grupo de tres chicas se sentaron en uno de los banco, parecía que hablaban entre ellas y quizás lo hicieron durante un momento. Desaparecieron dejándose arrastrar por las brillantes pantallas de sus móviles cloc.  Miré la hora en el móvil, todavía quedaba un poco, así que proseguí con lo mío durante un buen rato más.

En todo ese tiempo absolutamente nadie se fijó en el chico que se encontraba sentado en el último banco del extremo de la plaza. Contemplando la vida de la ciudad, esperando. Por  aquella época me hubiese encantado que alguien hubiera notado la presencia de aquel joven. Porque aquel chico  de mirada atenta que esperaba en silencio, era yo. Lo observaba todo con detenimiento, como si fuera un cuadro al que sacarle un secreto oculto. Y ya lo creo que lo saqué. Me di cuenta del ensimismamiento de las personas. Nadie era capaz de ver más allá de sí mismo.

Hubiera dado cualquier cosa por que alguien se hubiese detenido de golpe y hubiera visto  lo que yo veía. Que me viera en la esquina, y que supiera que estaba haciendo, y sin ni siquiera mediar palabra entre ambos, los dos nos habláramos. Pero no pasó y seguí siendo una sombra a plena luz del día.
—Llegas tarde. —dije a Martín con un tono de desdén cuando este se acercó lo suficiente para oírme. Negó con la cabeza mientras todavía se me acercaba.
 —Tú eres quien llegas temprano, yo llego a la hora que dijimos, si lo hubiera sabido habría venido antes.
Era cierto pero no estaba dispuesto a reconocerlo y privarle de mi cara de enfado hasta que pasara un rato, o hasta que quizás, consiguiera hacerle sentir culpable.
                —Me he perdido las dos últimas horas de clase, y me jugado que me pillaran fugándome. Esperaba que al menos tuvieras la decencia de estar a la hora.
Martín me negó con la cabeza nuevamente mientras me miraba con un tono de irritación.
                —Tendrás que hacerlo mucho mejor si lo que quieres es que te invite a una cerveza.
Le miré fijamente, y lo vi de pie con el semblante serio y un poco amenazador esperando mi reacción. Sin duda no estaba de humor, y su aspecto contrastaba bastante su estado: con el pelo rojo enmarañado hecho un ovillo, la cara pálida y esas ojeras que surcaban su cara.
Me quedé mirándolo fijamente y con parsimonia me levanté para ponerme cara a cara.
                —Pues yo creo que tendrás que justificarte mucho mejor para mínimo no invitarme a un cubo  —a lo que añadí—. Pedazo de mierda.
Ambos nos miramos unos segundos más, y fue entonces cuando Martín dibujó en la comisura de sus labios una breve sonrisa que se convirtió al segundo en una fina y dura línea. Pero ya era tarde, lo había visto. Por lo que sentí el impulso de reírme, así que terminé también forzando mis facciones de la misma forma que lo había hecho él.
—¿Pedazo de mierda? —repitió.
Entonces ninguno de los dos pudimos frenar más el impulso y rompimos a reír. Nos dimos un abrazo como solíamos hacer cada vez que nos veíamos, que no solía ser muy a menudo.
—Qué tal estas. —me preguntó.
—Por lo que puedo ver por tu aspecto mucho mejor que tú —reconocí con franqueza—. Ya sé que la ilusión de verme después de tanto tiempo es demasiado para poder siquiera dormir, eso explicaría las ojeras pero, el look vagabundo a qué es debido ¿es carnaval? ¿O es tu ropa de diario?.
—Es lo que tenemos los universitarios, algún día lo comprenderás. O no. —Añadió — Y lo de la ropa, nos la regalan en la uni cuando empiezas a estudiar ingeniería informática. Es una forma para que nos identifiquemos entre nosotros por si nos encontramos en apuros, ya sabes: quedarnos sin batería en el portátil, perder la cuenta de WoW… Lo típico.
No pude parar de reír. Aquello era una de las cosas que más me gustaba de Martín, siempre sabía reírse de sí mismo.
—Entonces creo que deberías conseguirme un uniforme de esos.
—Creía que renegabas el lado oscuro y de todo eso de ser un friki.
Hice un movimiento de hombros.
—El lado oscuro es fuerte en mí por desgracia. Y no es cierto, yo de lo que reniego es de la etiqueta friki. Que me guste algo friki no significa que lo sea.
Martín arqueó las cejas.
                —En ese caso demostrémoslos con un test rápido —y antes de que pudiera decir nada disparó la primera pregunta—. ¿Has leído alguna vez un anime?.
                —Sabes de sobra que un anime no se puede leer, que lo que se lee son los mangas. Y has dicho esto para dejar claro mis conocimientos en el tema, pero esto solo demuestra que soy una persona que habla correctamente y sabe un poco del asunto.
—Letrado responda a la pregunta por favor.
—Sí. Tengo la colección completa de Dragon Ball como bien sabes. Pero Dragon Ball no cuenta, Goku es Goku tío, Además es la única colección manga que tengo.
                — ¿Qué es el E3? ¿Mejor saga de videojuegos? —a lo que añadió con cierta malicia en su sonrisa—. ¿Y qué opinas de WiiU?
Le miré con cara de asco.
—El E3 es la feria más importante de los videojuegos de todo el mundo —dije con un tono cansino— .Es normal que la conozca. La mejor saga de videojuegos de todos los tiempos como bien sabes y si no es que no tienes ni idea de videojuegos, es Metal Gear Solid. Y WiiU ¿Por qué me odias?
—Vale dejemos lo de Wii U. ¿le gusta leer?
—Sabes que sí.
—¿Cuál diría que es su saga favorita? —dijo poniéndome un micrófono imaginario cerca de la boca.
—¿Has pasado de juez a periodista?—no dijo nada, se limitó a hacerme gesto hacia el micro imaginario, entorné los ojos mientras regaba con la cabeza—. Canción de Hielo y Fuego
—Aja, te gusta leer y encima literatura de fantasía además —dijo señalándome como si hubiera descubierto una prueba irrefutable—.¡Una persona normal diría juego de tronos!
—Gracias por llamarme anormal. Que me guste la lectura, y que sea buena, no me hace culpable de nada.
—¿Todavía no estás dispuesto a reconocerlo?
—¡Si es que no soy friki! Sí,  me gusta las series, he leído algún manga, me gustan los videojuegos, y también me gusta la lectura. Y sin embargo no me gustan cosas tan típicas como Matrix, Start Wars el señor de los anillos, one pieces o ni disfrazarme y hacer el canelo por ahí.
—Lo siento, pero has aprobado el test, y por ello yo, y en nombre de todos los frikis de la galaxia, como sacerdote level 100 de la horda gracias a nuestro señor todopoderoso Blizzard. Te concedo el título de friki de armario.
Como decía me gustaba Martín porque sabía reírse de sí mismo, pero que admirara su habilidad no significaba que la compartiera. Aquello no me hizo nada de gracia y decidí tomarme la revancha.

Cogí la maleta y empecé a desperdigar su interior en el banco. Algunos capuchones de los  bolígrafos que solía perder salieron rodando hasta caer al suelo, los folios de apuntes tomados hacía meses al fin vieron a ver la luz del sol, salieron justo después de unos cuantos libros, que eran los culpables de que los apuntes solieran estar en la base de la mochila, ya que al sacarlos y meterlos, terminaba doblando las hojas sueltas y empujándolas al fondo. Al final terminé con varios libros de Bachillerato por el suelo, pero no me importaba. Esos libros podían fastidiarse ensuciarse y doblarse todo lo que quisieran, pero no unos de mis libros, y menos ese.
Saqué con orgullo, y para qué negarlo, con un poco de expectación, mi querido ejemplar de ‘El temor de un hombre sabio’ y sonreí al ver su portada.
—Aquí está por lo que has venido —de pronto a Martín toda la alegría se esfumó de un plumazo, y volvió a convertirse en aquel joven de aspecto desdeñable que había visto hacía unos minutos. Su cara descompuesta  miro mi preciado tesoro y quiso cogerlo, iba a ponerlo en sus manos pero en el último momento retiré el libro y le miré a los ojos—. Un lector autentico, jamás dejaría un libro como este a nadie. —Hice una pausa para que notara mi seriedad—. Si me lo devuelves doblado o manchado…
— Se de sobra que sería como profanar a toda tu familia y luego comérmelos vivos. —argumentó rápidamente intentando zanjar el tema.
Me imaginé la escena que acababa de decir.
—Umm, creo que más o menos te haces una pequeña idea de lo que representaría para mí.
Sus ojos alternaban entre mí y el libro. Su mirada gritaba desesperación, se notaba que se moría por tener el libro entre las manos. Aquello me hizo disfrutar y intente hacerlo durar unos segundos más intentando aparentar indecisión a desprenderme del objeto.

Nada más dárselo contempló la portada y la palpó buscando relieves. Aguardé tranquilo mientras lo abría y lo ojeaba. Llevaba una semana intentando hacerse con el libro, pero por algún motivo, y aunque su predecesor había vendido bien, la tirada había sido excesivamente corta, y la gente se estaba volviendo loca por encontrar un ejemplar. Yo había sido uno de los pocos afortunados, y la noche anterior había terminado su lectura. Hice tiempo recogiendo todo lo que había tirado, metiéndola de cualquier forma en la mochila y sin miramientos.

                —Gracias. —fue lo único que dijo. Pero ambos supimos perfectamente que sus palabras querían decir mucho más que eso. Fue su tono de voz; me había hablado como si por fin pudiera descansar, y en realidad le creía.

Veréis si alguna vez os habéis obsesionado con tener algo, sabréis que al principio se suele preguntar con calma. Es después de varias negativas cuando descubres que aquello que quieres está agotado o es especialmente difícil de encontrar. Y es en ese momento cuando comienzas a ponerte nervioso. Aun así repasas los lugares que te quedan por visitar, y te preguntas si habrá alguno más que se te habrá olvidado.
En tu cabeza por supuesto, te dices que seguro que en los sitios que te quedan por ir tiene que haber unos cuantos, y que serás uno de los pocos afortunado que lo consigas, porque <<ya bastante mala suerte tengo en la vida para que encima también me pase esto>>.
La realidad será que ese día te irás a casa con las manos vacías, y el nerviosismo que sentías se irá convirtiendo en puro rencor porque una vez más Dios o lo que sea, disfruta viéndote sufrir, y nunca puedes tener las cosas cuando las quieres. Aun así eres positivo y le quitas importancia <<mañana seguro que lo tendré, además por un día no me voy a morir>>.
La realidad será que al día siguiente empezarás a ver a la gente en internet con aquello que tanto deseas, y es entonces cuando comenzaras a ir a sitios que ayer no habías visitado. Como no lo encontraras comenzaras a llamar por teléfono, pero nadie querrá darte una fecha de cuando lo tendrán exactamente. Todos se limitarán a informarte del motivo por el que no hay existencias. Como si a ti te importara o como si después de haber llamado a tres sitios distintos no te hubieras enterado del porqué. Como consuelo te ofrecerán tomarte los datos para incluirte en una lista donde avisarán a los interesados cuando el producto llegue. Al principio te escudaras en eso para aguantar un poco más ese rencor que va tomando forma. Pero los días pasarán y más gente lo tendrá, y tú no serás unos de ellos. Y esa rabia te irá dominando y consumiendo. Seguirás llamando, y escucharas las mismas respuestas día tras día, como si el tiempo no avanzara o no quisiera avanzar.
Oirás de sitios donde llegaron rápido y más rápido se agotaron, y será entonces cuando empezaras a jurar y maldecir. Luego veras por internet a más gente que sonríe porque lo tienen, y leerás afirmaciones como que es incluso mejor de lo que habían esperado. Y tú arderas por dentro.  Será entonces cuando sabrás que aquel objeto que querías, ahora lo necesitas. Y que la espera hasta conseguirlo será una lenta y dura agonía que solo cesará cuando termine en tus manos. Y solo cuando eso pase, solo entonces, podrás descansar.

—Qué tal si me lo agradeces con ese cubo que prometiste —le guiñé un ojo—. Prometo dejarte marchar pronto, que sé que lo estas deseando para empezar con el monstruo.

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